martes, 7 de enero de 2014


Sólo desde el amor es posible la conquista de sí mismo. Amarnos a nosotros mismos no quiere decir aumentar la cultura del “Yo” y hacer girar el mundo a nuestro alrededor. Tampoco significa mirar sólo hacia dentro para idolatrar al ego y convertirlo en el gobernador de la existencia. Ya bastante hemos permitido que tome las riendas de la vida y nos monte en la película de la ilusión y la expectativa.

Amarnos a nosotros mismos es recuperar el sentido y la importancia de la fuerza mágica que mueve los hilos de la vida. Es darle el lugar que se merece a la energía creadora capaz de transformar las cosas difíciles en simples y ayudarnos a vivir de manera liviana y libre de apegos.

Amarnos a nosotros mismos es comprender que somos uno solo, que estamos conectados con todos y con todo y que, al ser sustancia única de la existencia, no hay mejor camino que cuidar de ella entregando lo mejor que nos habita pues así nos alimentamos para seguir evolucionando de forma colectiva y no por caminos solitarios que hacen lento el encuentro al que estamos llamados.

Al amarnos a nosotros mismos, cultivamos la poderosa fuente de la evolución que hace posible vivir cada día con la consciencia de la entrega y la devoción al eterno presente. 

Amarnos a nosotros mismos es amarlo todo, agradecerlo todo, bendecirlo todo. Es habitar el encuentro constante con la consciencia que ilumina el camino aunque no veamos su luz, producto de nuestras oscuridades.

Ese amor, tiene un lugar donde nace, crece y habita. Un lugar cercano a la perfección que olvidamos algún día y que estamos en camino de recordar y recuperar como forma de evolución y estado de gracia.

Es en el alma donde se alimenta el amor y es el alma la que nos regala los estados elevados de vida plena en  medio de las circunstancias que nos rodean, que son la ilusión de la mente dividida y fragmentada.

Al elevar nuestra vibración física, mental, emocional y etérica coadyudamos al alma a hacer su tarea amorosa. A su vez, el amor eleva el espíritu recordándonos nuestro papel cocreador en el universo.

Todos los sentidos físicos, los conocidos, y los espirituales también llamados dones del alma, nos permiten generar esos patrones de vibración elevada que llevan al éxtasis, al gozo, a la felicidad, a la iluminación.

Contemplar en vez de simplemente ver;  apreciar lo que se escucha en vez de sólo oír; acariciar desde la energía en reemplazo del simple toque físico, son algunas formas sencillas y sublimes de elevarnos a la frecuencia única que hace posible la vida plena en esta tierra, mientras alcanzamos la perfección necesaria para evolucionar, ascender y transmutar lo terrenal.

El aporte de cada uno al colectivo, es decir a la unidad, es entonces crecer en amor para permitir que este sea la fuerza mágica que eleve el alma hasta sus máximas expresiones.


Rafael G. Hernández M.
Septiembre 22 de 2013

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