viernes, 4 de octubre de 2013


Antes sabía que tenía Alma. Había aprendido desde pequeño por influencia religiosa escolar que teníamos un alma y que si me portaba en la vida, esta se iría directamente al cielo, si me portaba mal, iría al infierno y que si, la cosa era “de pecar y rezar para empatar” iría al purgatorio mientras “pagaba” lo que debiera hasta entonces.
Parecía que tenía una cuenta al estilo bancario donde, según la calidad de mis actos, buenos, regulares o malos, tendría saldo a favor o en contra. Así, al final de los tiempos, ya fuera después de la muerte o si estaba de buenas y vivía para contarlo, el día del juicio final sería juzgado por un Jesús que resucitaría a todos los muertos, justamente para ello.
Portarse bien quería decir muchas cosas.
Para “salvar al alma” debía cumplir los “10 mandamientos” que, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, Dios le entregó escritos en dos tablas de piedra  a Moisés en el Monte Sinaí después de haber permanecido  en su cima cuarenta días y cuarenta noches.
Una mirada rápida a cada uno de ellos me dice que portarse bien no tenía nada que ver o tal vez muy poco con mi interior. Se trataba más bien de una obediencia a unas normas que eran iguales para todos y que suponían que su cumplimiento era generador de armonía y convivencia entre las personas y además eran la manera de agradar a Dios. De paso, Él estaba fuera, lejos, en el cielo, sentado en un trono y bueno… muchas más cosas…
Portarse bien, era obedecer a los adultos a todo lo que te pedían: ir a estudiar, cepillarte los dientes,  no pelearte con tus hermanos, etc., etc., etc.
Portarse bien era más Hacer que Ser y cuando se referían a algo que incluyera supuestamente el ser (Ser buen hijo) terminaba en un hacer (cumplir sus normas).
Conforme iba creciendo las demandas de la sociedad aumentaban, las responsabilidades crecían y poco o nada más se volvía a saber del Alma pues ya este tema no hacía parte de las asignaturas habituales de estudio ni en la secundaria, ni en la universidad (salvo que estudiaras filosofía, teología y otras semejantes), ni era tema de conversaciones en las reuniones familiares, con los amigos, o la pareja. Solo en los funerales el sacerdote solía repetir “Oremos por el alma de nuestro hermano… para que descanse en la paz del señor”. Es decir, había que orar por el alma del otro para que le fuese bien en el viaje o por si se quedaba en el camino con las llamadas “animas” que vagaban por ahí o habitaban el purgatorio.

Ah!!  y ni que hablar cuando por primera vez llegue al tema de la reencarnación. Para muchos estaba loco. La vida sólo es esta, morimos y se acabó. Para otros simplemente “me estaban lavando el cerebro” con temas esotéricos, de la nueva era o de quien sabe que otra religión. “Mire a ver con quien es que está andando”, me decían por ahí.
Así pues lo poco que se hablaba del tema apuntaba a tener alma y no a ser alma.
¿Qué pasó entonces?
El proceso inició, al menos conscientemente, cuando leí el libro Las Relaciones del Alma de Thomas Moore y comencé a descubrir inicialmente que el Alma era cierta entidad que también hacia parte de mi existencia, que debía alimentar, cuidar, proteger y por supuesto conocer.
Rápidamente la noción de alma, y digo noción porque seguía siendo una idea, paso a convertirse en un tema de interés especial y cuanto libro pudiese leer sobre el tema era devorado con gran apetito intelectual, espiritual y existencial. Cada vez tenía más la sensación que lo que me mantenía en este plano, en esta tierra, en esta existencia viviendo experiencias y aprendiendo, era el alma.
Más tarde llego a mí otro concepto que aumentó la curiosidad y una mágica atracción por vivir desde el alma. Según lo que recibí, el alma era la estructura energética, la parte que conectaba el cuerpo con el espíritu haciendo el puente entre la materia y lo divino.
Luego, a medida que aceptaba y reconocía feliz que existían muchas vidas, fui tomando consciencia sobre  como el alma tiene un contrato de aprendizaje que se va ejecutando en cada una de ellas, permitiéndole el avance, la evolución en su camino de luz y amor.
Si ello era así, esta vida tenía sentido por la existencia del alma y su proceso de aprendizaje. Comprender ello significó un giro radical en lo que quería hacer, pues los objetivos y metas establecidas para la vida material ya no tenían la misma fuerza que antes ni eran lo esencial para el camino. A su vez, fui entendiendo que todo es un simple escenario, que todo es prestado, que cada persona que llega a la vida y pasa por ella, que los trabajos con sus jefes y compañeros, que los vecinos, en fin, que todo está ahí y es como es porque cumple un propósito para el alma.
Bueno había olvidado mencionar que cuando apareció en mi vida el tema de la energía, el que somos vibración y que la materia no existe, el asunto del alma creció exponencialmente en mi lista de intereses, que por cierto, cada vez se va reduciendo más.
También había olvidado mencionar otro ingrediente de esta evolución, que más bien es un cambio alquímico interior, fue la experiencia como paciente, como terapeuta y como alumno de varios maestros de diferentes escuelas espirituales, de la bioenergética y de lo que hoy denominamos mundo holístico. Ello me permitió ver un nuevo todo existiendo e interactuando de una forma diferente a la que había conocido. Fue constatar que lo que me pasaba no era simple síntoma de alguna enfermedad sino más bien un llamado de atención del mundo interno para que alineara de nuevo con el propósito esencial, con la misión, con el alma.
Ahora Ser Alma parecía una realidad más cercana.
¿Cuál fue el toque final para pasar de Tener Alma a Ser Alma?
Sentirlo en forma de vibración, sentirme conectado al Todo, sentir la presencia del espíritu y mi alma conectada a Él, sentir que, dicho tal y como lo sentí, toda la importancia del mundo material se minimizaba al plano meramente de recurso básico de supervivencia, sentir que dentro de esta estructura llamada cuerpo el Alma se instauraba como gran gobernador y sentir que la mente ya no era quien tenía el comando central, aunque siga siendo muy útil para la supervivencia.
Ver el mundo así es una sensación extraña para todo lo conocido, hasta ahora. Para ello el corazón se convierte entonces en el gran traductor del alma y la consciencia su voz. El dialogo permanente con el espíritu su gran recurso, su alimento, y la escucha el método por excelencia.
Ahora la sabiduría es la razón de ser, el contacto con otras almas el camino y la misión terrenal la fuente de aprendizajes para alimentar el alma. ANTES SABIA QUE TENIA ALMA. AHORA SE QUE SOY ALMA. Y ESO LO CAMBIO TODO.

Guadalajara, Septiembre 2 de 2013

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