lunes, 9 de diciembre de 2013

El alma tiene su propio lenguaje y es capaz de superar la incomprensión de la razón que se agota en palabras para explicarlo todo, justificarlos todo y querer que todo sea comprensión de la mente.

Pero las palabras de cada día, excepto las que provienen del corazón, solo son puentes para sobrevivir en la complejidad de las relaciones cotidianas y el mundo que hemos creado. Jamás describirán la realidad. Solo alcanzan a hacer interpretaciones subjetivas de los hechos dependiendo del filtro mental de quien las elabore y de sus propias expectativas.

El alma goza con un paralenguaje mucho más rico en significados. El ritual, el silencio, la meditación contemplativa, el estado de éxtasis que se alcanza ante el asombro por lo simple, la escucha de la consciencia expandida y otros más, son las vías como el alma se comunica y nos comunica. 

Sin embargo, nos cuesta aún aprender ese lenguaje porque no produce ni materializa resultados a los que estamos acostumbrados producto del lenguaje común, aunque se visualiza un retorno progresivo de la humanidad a estas formas de encuentro y relación.

En la cotidianidad necesitamos encontrar (y crear) espacios para que esta magia ocurra. Quedarnos un momento en quietud sin la presión del hacer, sin permitirle a la mente divagar entre pasado y futuro, exhalar lo que tengamos de más en la “memoria ram”  de nuestra mente y entregarnos al segundo del vacío, entrando en ese estado con la alegría del niño el asombro del explorador, nos permitirán ir aprendiendo progresivamente ese nuevo lenguaje dispuesto para el avance de la consciencia.

Así, el alma comprenderá no sólo nuestra intención sanadora y evolutiva si no que responderá de la misma manera enriqueciéndonos con nuevos significados simples y contundentes que irán conformando nuestro acervo de sabiduría y permitiéndonos dar pasos contundentes en el camino de Ser.

La tarea entonces es asumir que la mente no lo sabe todo, ni lo puede todo, ni lo explica todo. Es necesario recuperar tiempos y espacios para el alma, encontrar la forma como cada uno se conecte con lo sutil  y recobrar la capacidad de conectarnos con las vibraciones sutiles que nos nutren con la energía suficiente y necesaria para cada día. 

Con ello lograremos un nuevo estado de comprensión de lo interno y lo externo, alivianaremos las cargas de lo cotidiano, fortaleceremos los vínculos con la unidad y lograremos volver a los orígenes de nuestra existencia, libres, conscientes y en paz y amor.

Rafael G. Hernández M.
Septiembre 22 de 2013

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