lunes, 17 de febrero de 2014

 Y TU, ¿QUIEN ERES?
-¿Quién eres? –dijo una voz
-Soy la mujer del alcalde –respondió ella.
-Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.
-Soy la madre de cuatro hijos.
-Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes.
-Soy una maestra de escuela.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
Y así sucesivamente, respondiera lo que respondiera, no parecía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta ¿Quién eres?
-Soy una cristiana.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión.
-Soy una persona que iba todos los días a la iglesia, y ayudaba a los pobres y necesitados.
-Te he preguntado quién eres, no lo que hacías.
Evidentemente, no consiguió pasar el examen, y fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la decisión de averiguar quién era. Y todo fue diferente.
Anthony de Mello.
Empezaremos con esta historia...
Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada ante el tribunal.

Y así nos pasamos por la vida, siendo rótulos, cargos, roles, nombrando relaciones, todos absolutamente todos pasajeros y transitorios que, además no describen la esencia de lo que realmente somos.
Derivar el sentido de la vida de lo que creemos que somos, más bien de lo que hacemos, no sólo nos vuelve frágiles y susceptibles de sentimientos y emociones fluctuantes que se mueven al vaivén de las situaciones de cada día, si no que esencialmente nos hace creer que  lo que pasa en el exterior es consecuencia de lo bueno o lo malo que somos o lo bien o lo mal que hemos hecho algo, y entonces el sentido del ser queda condicionado a los resultados y no a la existencia misma.

Quizás desde el mismo nombre nos hemos identificado con un “yo” al cual dotamos de características, personalidad, gustos y preferencias, comportamientos, creencias y muchas cosas más. Nos pasamos mucho tiempo en la vida cuidando la imagen de eso que creemos ser, procurando mostrar solo la parte amable y con un gran temor a que si descubren nuestro lado menos amable, entonces ya no seremos queridos y aceptados. A todo lo anterior podemos llamarlo “la imagen”.

La identificación entonces, podría decirse que consiste en creernos un cuento y verlo como “el cuento”, el único posible, el mejor, el especial, el nuestro. Ese cuento nos puede incluir a nosotros y nuestra identificación con la imagen, pero también existe identificación con mundos y situaciones externas. Nos identificamos y nos volvemos lo que hacemos; dejamos de ser Juan, Jorge, Marcela, Catalina, para volvernos, Médicos, Ingenieros o Analistas y Gerentes. De igual forma nos identificamos con nuestras obras y creaciones y perdemos de vista la sana distancia que debe haber entre autor y obra. ¿Qué tal que el escritor se volviera la novela? Si no toma distancia prudente de esta, entonces no podrá verla como su obra, sino que la verá, como una extensión de su ser. Y también la identificación aplica para las posesiones materiales: mi casa, mi carro, mi oficina… las volvemos territorios con identidad propia y perdemos de vista su temporalidad como simples espacios transitorios donde mora el cuerpo, más no el alma.

La identificación produce sufrimiento cuando la imagen ya no es más la misma, cuando el objeto de la identificación ya no está o cambia o se va a “perder” algo que consideramos sólo nuestro, exclusivamente nuestro. El sufrimiento entonces viene, por un lado de la falta de distancia entre nosotros y los objetos, sujetos y realidades que nos circundan, y de otro, de la creencia de ser cuerpos con alma y no haber entendido que somos almas con cuerpo, por tanto la experiencia del viaje es más espiritual que terrenal.
Al identificarnos con la experiencia de la vida en la tierra, aferrarnos a ella, angustiarnos por lo que pasa en ella, querer controlar lo que sucede en el afuera y ver sólo hacia fuera, perdemos la dimensión de nuestro ser real y el contacto profundo con nuestra esencia.

De igual manera ocurre en la identificación con nuestros pensamientos y creencias. Es obvio que no somos lo que pensamos aunque a veces le demos tanto poder a la mente y al ego, que nos hacen creer que todo lo que viene de ellos es cierto, que es así, que no se puede cambiar. Una cosa es que el mundo, el afuera, en realidad es lo que hay en nuestra mente acerca de él, es decir nuestras percepciones sobre él, y otra bien diferente es la identificación con esa percepción admitida como principio de realidad. La subjetividad de nuestras percepciones, recordemos, está condicionada por los contenidos de nuestra mente. Por ello, en cualquiera de los casos, tanto lo que vemos como lo que creemos es realmente una ilusión o dicho de otra manera un constructo creado por nosotros mismos. ¿Y quien quiere vivir sólo en la ilusión?

Ser libres, es ser capaces de romper toda identificación sabiendo que no somos nada de ello y que, cuando nos quedamos mirando para un solo lado, en identificación, nos estamos perdiendo el otro porcentaje fuera de nuestro alcance, donde, sin lugar a dudas, habita una porción de sabiduría de la cual hay algo que aprender.

Des-identificarnos es entonces una tarea esencial para la evolución de nuestro ser,  y la conexión permanente con el aquí y el ahora, es decir, la apertura al estado de plena consciencia, la principal vía para lograrlo y ser capaces de conectarnos con nuestra esencia.
¿Y TU QUIEN ERES?

Rafael G. Hernández M.

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